Acabo de visitar a mis amigas de la unidad de coordinación de trasplantes de Alicante, con quienes me ha tocado colaborar, no como sujeto de su trabajo (aún), sino más bien como intérprete.
El trabajo que realizan es fenomenal, pero se enfrentan al dilema de la vida y de la muerte. Cuando necesitan urgentemente un órgano para alargar la vida a un paciente que no tiene otra opción posible que el trasplante, quizás esperan que alguien deje este mundo. Pero también se que no desean que nadie muera prematuramente.
Es el dilema de la vida y la muerte.
Aunque siendo realistas y fríos, a quien menos le importaría este dilema es al ya fallecido. El dolor y los reparos lo tenemos los que vivimos alrededor del donante.
Desde que la humanidad tiene memoria, siempre los vivos intentamos mantener en la memoria la imagen y el cariño de nuestros muertos. Ya los egipcios embalsamaban los cuerpos en un intento de mantener su imagen externa lo más posible para que su alma iniciara el camino de la eternidad. También lo hacían las culturas precolombinas.
Si vemos las cosas con dureza, nuestros cuerpos solo son una vasija que nos ayuda a realizar nuestros proyectos y sueños en vida y una vez que ese cuerpo ya no sirva para ser el sostén de nuestro ser, quizás sirva para que otros tengan un poco más de tiempo para realizar su proyecto personal en esta vida que solo se nos da una sola vez.
El problema, en algunos casos, es que los familiares vivos se aferran a creencias (casi siempre de orden religioso o espiritual) para mantener ese cuerpo, inservible desde el punto de vista fisiológico para mantener la vida como un todo, y se niegan a que partes de ese cuerpo sirva para dar vida a otros. Ahora que la humanidad está en el siglo XXI, tenemos muchas otras formas de retener en la retina y en la memoria a nuestros seres queridos que nos abandonan, tenemos fotos, videos o escritos.
De todas maneras, las creencias de los familiares, deben respetarse y los profesionales de trasplantes lo hacen desde el primer momento y están en todo momento pendientes del dolor y el duelo de los allegados al fallecido. Nunca, por respeto a los deudos, se les dirá “ya se murió, ahora deme sus órganos”. Sino que es un proceso contra reloj en que los profesionales comparten el dolor de los familiares y hacen que estos accedan y se conciencien de que su familiar dará vida a otros y por tanto seguirá un poco vivo en el receptor y recibirá el aprecio y gratitud de toda la sociedad. Es lo que se llama, “El modelo Alicante” y en lo que me ha tocado en suerte aprender de ellos y colaborar en lo que pueda.
En México, junto a la frontera con Estados Unidos, desde hace años se producen centenares de asesinatos de mujeres jóvenes, cuyos cuerpos aparecen tiempo después, semi-enterrados en el desierto, mutilados y con órganos extraídos, y algunos que jamás se encontraran.
En la mayoría de los casos son mujeres, que ofrecen menos resistencia física, y jóvenes, por lo tanto sanas y casi nunca con signos de violencia sexual o robadas.
En ese país y en otros donde la pobreza manda, la extracción de órganos para trasplantes es un negocio. En España esto es impensable, por ley y por conciencia social, las donaciones son totalmente altruistas y estamos a la cabeza mundial, incluso se producen más donaciones que en países que suponemos más avanzados que nosotros. En España estamos en 33.8 donantes por millón, Estados Unidos un 26.5 y Canadá un 14.1, Reino Unido solo un 14.7.
Como intento hablar de la crisis, puedo decir que esto también ha afectado a los trasplantes, por una razón muy sencilla, a menos actividad industrial (sobre todo en la construcción), menos accidentes mortales y menos donantes.
Termino esto con un consejo: Hágase donante de órganos, aunque en España no es imprescindible y siempre la familia será consultada, esto ayudará en el momento preciso a los profesionales.
Por lo demás, les aseguro que ser donante de órganos, no cuesta dinero, no le perjudicará y no duele.
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