Ayer quede con unos compañeros a un costado del Mercado Central de Alicante. A media mañana, hacía un tiempo esplendido, que invitaba a pararse un rato a tomar el sol. Me paré a esperarles en una esquina con mi periódico omnipresente en las manos.
Como soy un observador nato, me di cuenta de la siguiente situación:
Un hombre joven, bien vestido, limpio, de unos 38 – 40 años estaba en una esquina a unos pocos pasos de mi posición. Estiraba la mano y de tiempo en tiempo recogía los dedos lentamente, como tratando de atrapar los agradables rayos de sol.
En un momento, se acerco una señora ya mayor, muy arreglada, de esas que en su tiempo formarían parte de la vieja “Jet set” alicantina. Arrastraba con cierta dificultad, un carrito de la compra lleno hasta arriba. Se detuvo ante el hombre y escuché el siguiente diálogo.
- Toma hijo, que Dios te ayude- Le puso en la mano extendida una moneda que ya traía preparada.
- Pero señora…- Balbuceó el hombre con cierto apuro.
- Nada, nada, que yo también tengo un hijo que lo está pasando mal.
- Es que yo…
- No te preocupes – le interrumpió la mujer - ¡no hay que tener vergüenza para pedir, peor es robar y yo soy una buena cristiana y tengo que ayudar al prójimo!
- Si, si le entiendo, pero es que yo…
- Yo tanmbién lo entiendo, hijo, yo sé que es poco, pero toma – abrió un monedero y le dio unas monedas más- con un euro no haces nada, con esto ya le puedes comprar el pan a tus hijos, esto pasa cuando no hay trabajo y el gobierno no hace nada, la gente joven obligada a pedir para que sus hijos coman…
La mujer se alejo con el carrito a cuestas hablando algo de Zapatero, de los bancos, de Franco y quizás de que cosas más.
El hombre, me miró. Estaba rojo como un tomate y me dijo muy bajito:
- Es que yo… sabe, me fracturé estos dedos y con el sol…y la mujer creyó que yo estaba pidiendo y…
Tenía ganas de despatarrarme de la risa, pero me contuve.
- No te preocupes- le dije, lo entiendo, es que en tiempos de crisis, ya sabes, la gente anda perdida en sus percepciones.
No sé si lo entendió, pero se alejo lentamente sin decir nada. Desde la distancia le vi acercarse a un anciano primero, a una rumana con un bebé en brazos luego y por último a una mujer de mediana edad, repartió entre ellos las monedas, se metió la mano en el bolsillo y desapareció entre los viandantes con la cabeza baja, quizás pensando en la crisis y como disipar el bochorno.
Moraleja: Todos andamos como perdidos en tiempos de crisis.
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